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miércoles 24 de julio de 2019 - 19h30

Presentación del libro:"Un nómada en bicicleta"

"Un nómada en bicicleta",
la aventura de David Val alrededor del mundo

La globalización une los mundos y el avión los acerca. Es fácil en una agencia de viajes o más sencillo aún, por Internet, conseguir un billete para volar en unas pocas horas a cualquier punto del globo. Aunque sea, por ejemplo, a Vietnam, en el otro extremo. Pero a David Val Pena, un focense de XX años, eso le parecía demasiado sencillo y muy poco acorde con su espíritu aventurero y naturalista. Así que un buen día decidió que viajar en bicicleta iba a ser su nueva forma de vida y comenzó a pedalear hacia el este por carreteras, caminos y senderos con la intención de regresar a su pueblo por el oeste, un largo rodeo de veinte mil kilómetros.
El relato pormenorizado de lo que le sucedió en su viaje de cuatrocientos días a través de veinte países, ilustrado con fotografías de cada lugar por el que rodó y gráficos de las etapas, es lo que cuenta minuciosamente en su libro Un nómada en bicicleta. Pedaleando alrededor del mundo, (LAR Libros. Serie Vivencias. Viveiro 2018) y de lo que hablará en su presentación, que tendrá lugar en Xxxxxx el próximo día xx de noviembre.

¿Qué mueve a alguien que lleva una vida tranquila en su lugar de nacimiento, de familia y de trabajo? David lo cuenta en la explicación de la aventura que hace en el libro: "Conocerme, encontrar el significado de la vida, promover la bicicleta como medio de transporte y ver la belleza de este mundo". Eso es lo que pretendía o creía que podría conseguir mientras preparaba, ilusionado, la aventura.
David Val se subió a su bici, a la que personalizó con el nombre de Quiscolina, el mismo día en que sus amigos quedaban en Foz amontonando madera y trastos viejos para las hogueras de la noche de san Xoán del 2016. Así que mientras el fuego festivo iluminaba las playas de A Mariña, él se alejaba de la seguridad de su casa y pedaleaba hacia territorios desconocidos en busca de algo que podría ser una comunión con los ciudadanos del resto del mundo.
Camino del sol naciente, cruzó Francia, Italia, Eslovenia, Croacia, Serbia, Bulgaria, Turquía e Irán; tuvo que saltar en avión Pakistán, país en el que no le dieron visado de entrada, y continuó su viaje a través de los inmensos caminos de la India y Bangladesh. Un segundo viaje de enlace aéreo dejó bici y ciclista en Singapur, desde donde iniciaron un eslalon por los países de Extremo Oriente: Malasia, Tailandia, Camboya, Laos y Vietnam. El marcador de Quiscolina ya contabilizaba aquí 14.320 kilómetros desde que salieron de Foz y ya habían pasado diez meses desde entonces. Otro avión para cruzar el Pacífico y llegar a América, y aquí el mundo se hizo todavía grande, con etapas interminables a través de carreteras aisladas y desérticas del oeste de Estados Unidos; Tras visitar los grandes monumentos nacionales (Yellowstone, Gran Teton, Yosemite, Valle de la Muerte, Gran Cañón...), al llegar a Phoenix unas inquietantes noticias familiares le empujaron a bajarse de la bici y volver a casa 18.670 kilómetros después de aquella noche de san Xoán. El avión los dejó en Lisboa y Quiscolina, que soportó todo el viaje con apenas unas leves molestias, aguantó perfectamente los 830 kilómetros que aún les quedaban hasta casa. Era el 22 de julio: un año y un mes después de aquella primera pedalada hacia el sol.
Durante el viaje, David Val compartió en tiempo real todas sus vivencias y cada vez que finalizaba una etapa pasaba a su cuaderno de viaje un minucioso relato de cuanto le había sucedido. A continuación, en cuanto la cobertura de wifi se lo permitía, lo colgaba en un blog. Esos textos han sido la base de la mitad de este libro, la que dedica a las travesías por desiertos, selvas, y caminos, y a las breves estancias en aldeas, ciudades y metrópolis en las que él, su bici y su aventura eran objeto de atención y curiosidad. David, que confiesa ya en la tranquilidad de su casa que ahora le asombra lo pequeño que es el mundo, es absolutamente minucioso en su relato. Por él pasan decenas de personas con nombre propio que, entendiendo o no su viaje y su idioma, le ofrecieron su desinteresada hospitalidad, le dieron cama, comida y mucho más, como él mismo escribe: "Recibí una sucesión de emociones que sirvieron para cerrar un círculo, entender y curar heridas".
La otra mitad del libro, que intercala los capítulos con el diario del viaje, son todas las consideraciones en torno a su aventura, empezando, según reconoce, por el descubrimiento de su capacidad de empatía con los demás y por la utilización de un instinto que creía dormido y que le salvó de numerosas situaciones que se presentaban peligrosas. Además de estas cuestiones íntimas, David ofrece a otros posibles aventureros que se animen a pedalear por el mundo una extensa y útil serie de consejos como qué bici llevar, cómo tienen que ser las mochilas, con qué llenarlas; que cosas son las prescindibles, cómo lidiar en las fronteras y hasta qué hacer cuando una cobra te está mirando con aviesas intenciones.
Ahora, de nuevo en la tranquilidad de su casa, en su trabajo y con su gente de siempre, David Val sigue asombrado, desde lo alto de su Quiscolina, de lo pequeño que es el mundo y lo grandes que son las personas que lo habitan.

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