viernes 20 de septiembre de 2019 - 19h30
Presentación de “Del amor que nunca es”
Presentación del nuevo poemario de Juan Luis Nepomuceno.
Presentan Carlos Barros San José y Mónica Ordóñez.
Dicen que la velocidad de la Tierra es de aproximadamente 30 kilómetros por segundo, y que no nos damos cuenta porque el movimiento solo tiene razón si es relativo, es decir, si lo comparamos con algo que no se mueve, con algo que se está quieto.
Con la poesía de Juan Luis Nepomuceno te ocurrirá algo parecido si decides sumergirte en su lectura, puede que no lo percibas, pero inmediatamente comienzas a surcar territorios de los que siempre has querido estar lejos porque son inesperadamente escarpados, tentadoramente verticales, acantilados, impregnados de incertidumbre y de vértigo, de incitantes abismos, de sugerentes precipicios. La vida llevada al límite para ser exprimida, estrujada, para ser saciada en plenitud, donde el único temor es a la cobardía, el cuerpo es sacrificio y el miedo tiene ojos de quietud y de postración.
Un poeta urbano, nocturno, áspero, esquivo, inmisericorde consigo mismo, cautivo de una búsqueda constante de sus fracasos y sus anhelos, y donde no cabe otra salida más que la huida hacia delante con el único fin de encontrarse con la redención o con el infierno.
En ese viaje, en esa fuga, donde no cabe ni deserción ni abandono, la meta es dirigirse sin rehuir el combate hasta la misma puerta del averno, ir más allá sin temor a encontrarse con una bestia de afilados colmillos de los ya conoce el dolor de su dentellada.
Corte de hoja de luna,
tajo de filo menguante,
Traicionera cuchillada
de eclipse oxidado.
Penetrar en un territorio glacial, acerado, seco, saboreando como será el goce de la contemplación de la muerte. Ir más allá, adentrándose en su territorio para arrancarle el corazón a la crueldad y salvarse, o perecer en el intento con el orgullo del guerrero que no abandona la batalla. Y, sin embargo, a pesar de tanto arrojo, no le es posible desprenderse de una aterradora y angustiosa imagen que le persigue, la inquietante posibilidad de quedar deshilachado tras el combate, la visión de que los valientes de antaño se conviertan hoy solo cadáveres mutilados, una espantosa e inimaginable deshonra.
Ódiame si quieres,
pero de una vez
no por entregas.
La misión es alcanzar el final de un viaje que hará solo y que se le antoja tan largo como tenebroso, tan lúgubre como ahogado, pero el riesgo no estará en el tiempo de silencio, el peligro es saber que no podrá evitar caer en la excitante tentación del retorno y la certeza añadida de no haber cerrado como debería el pasado.
Y sabiendo que una parte de él se quedará allá para siempre y que nunca volverá a ser aquél que un día partió, ignora que el viaje será sorprendente y que le abrirá las puertas a un mundo donde apreciará el poderoso sabor de la palabras; la intensidad y el colorido de la música; la suavidad aterciopelada y cálida de los atardeceres; y que se redescubrirá en las profundidades dejándose colonizar por pasiones de desahogo cálidas, líquidas, tranquilas, que no preguntan, que no piden cuentas.
No sé si es amor
el viento
que bate mis ventanas
y enreda lo tendido
en cúmulos
de prenda holgada
El autor se trata a sí mismo con fiereza, sin clemencia ni piedad, sin aceptarse, sin considerar el perdón, y así entrega este poemario destilando inmisericordia para hablar de un amor que no es, inexistente, un amor que no tiene cabida ni razón, sin darse cuenta que entre las líneas tan fieramente escritas, va encontrando rastros de una ansiada lucidez, la sorpresa de una suspirada serenidad, un inesperado sosiego, el aroma tranquilizador de la reconciliación, los bordes difusos del amor.
Del amor que nunca es, es mucho más que una confesión, es la liturgia de una revelación, la ceremonia donde el poeta glorifica con extremada delicadeza toda su humanidad.
Abrid los ojos, he aquí un hombre.
Carlos Barros